Las bailarinas se han convertido en un complemento imprescindible en nuestro look; sobretodo entre temporada se pueden considerar unos zapatos fáciles de combinar con muchos estilos y chic al mismo tiempo.
Sobre un zapato que tan profundamente ha entrado a formar parte de nuestro armario lo interesante es ver donde se encuentra su origen.
Debido a la necesidad de un vestuario que permitíese la libertad de movimiento en el ballet, empezó a utilizarse mallas, vestidos ligeros, tutús, etc; junto con las bailarinas.
Dicho estilo, aparece bien plasmado en las pinturas de E. H. Degas (1834-1917), en las cuales gráciles bailarinas mantienen el equilibrio sobre finas zapatillas que sujetan a los tobillos con lazos de raso.
Se llamaban manoletina, debiendo su nombre al calzado de los toreros y más concretamente a la gran figura del toreo nacional: Manolete (Manuel Rodríguez Sánchez, 1917-1947).
En los años 50 las bailarinas se convirtieron en el zapato de moda.
Diez años después la zapatilla de danza dejó los escenarios para debutar en el cine, en los pies de Brigitte Bardot y al poco tiempo la zapatilla de danza invadió también las calles.
Hubert de Givenchy convirtió en un icono del estilo a Audrey Hepburn con el vestuario que ideó para Sabrina (1954).
La actriz convirtió este calzado en una de sus señas de identidad y lo combinó a menudo con pantalones Capri, otra pieza fetiche de los años 50.
En España, donde hace pocos años aún se conservaba el imaginario de las bailarinas como un zapato popular y accesible a todo el mundo, firmas de gran prestigio han dado nueva vida a las manoletinas. Es el caso de la casa mallorquina Camper, muy popular por su calzado cómodo y vanguardista, cuya aportación a la bailarina se materializa en diseños para llevar sin descanso.
Y la más sofisticada, la de Jaime Mascaró, cuyas exquisitas y coquetas bailarinas hacen honor al estilo inconfundible de la firma balear. De la misma se acaba de abrir una tienda de Pretty Bailarinas en la ciudad de Barcelona.